jueves, 29 de agosto de 2019

Literatura y aventura


Según los lexicógrafos de la Real Academia, una aventura es un acaecimiento, un suceso o lance extraño, o también una casualidad y una contingencia, y por último, un riesgo, un peligro inopinado y una empresa de resultado incierto. Por su parte, el diccionario Webster de la lengua inglesa, dice que la aventura es un encuentro con el peligro, una empresa peligrosa y excitante, o también, una experiencia inusual que conlleva un cambio, y que a menudo es de naturaleza romántica, para acabar diciendo que también es aventura un riesgo o especulación en los negocios y las finanzas. Común a los dos diccionarios, es la idea de riesgo, peligro y resultado incierto. La diferencia más relevante quizá sea, que en español la aventura tiene una dimensión de casualidad y contingencia que no ven los sajones, una fuerza ciega y azarosa trabajando en la aventura. La vieja diosa romana, Fortuna, pervive escondida en nuestros conceptos, trabajando subrepticiamente en la idea de un orden divino ajeno a los mortales, o como decimos en nuestros días, el azar, que conjuran y dirigen los sacerdotes de la ciencia estadística. El diccionario sajón parece hacer más hincapié en la iniciativa individual, en el carácter excitante de la aventura, en su dimensión de experiencia para un sujeto. Es interesante observar que se señala de manera explícita en el diccionario Webster la naturaleza romántica que puede tener la aventura. Puede que esta sea la mejor clave de la que disponemos para comprender el concepto a partir del uso ordinario que se hace de él: la aventura pertenece al mundo del romance, y no en el sentido más común que la palabra ha alcanzado en nuestros días, para designar rituales sexuales o amorosos, sino como aquello que pertenece a las historias o libros de caballerías escritos en las lenguas romances, y más tarde, a su heredera la novela.
Una aventura es algo como lo que le ocurre a un personaje de un libro, lo que nos podría llevar a la conclusión de que una aventura no es nada de nada, pero tal idea supondría el desconocimiento de la relación que se da entre la literatura, aventura y vida. No cabe duda que las dimensiones de peligro e incertidumbre hacen de la aventura algo muy próximo a la vida de cada uno, pero no hay que confundir lo que nos ocurre con las aventuras. Si pasásemos diez años dando vueltas por el Mediterráneo entre naufragios y peligros, como Ulises, no viviríamos aventuras, sino una gran desgracia. Sólo cuando alguien escribe sobre ello, o cuando nosotros somos capaces de ver las vivencias como la historia de otro, o al menos, con cierta perspectiva, la experiencia deviene aventura. Mientras nos pasan cosas intensas y fuertes, como un accidente, o cualquier situación en la que se vea comprometida nuestra vida, no podemos reflexionar sobre ellas, tan sólo hay un cúmulo de sensaciones más o menos automáticas y vivimos todo como en un sueño, como los animales. Sólo al reflexionarlas alcanzan su dimensión humana, y en la medida que las comunicamos, son literatura. En la vida cotidiana tenemos experiencias más o menos emocionantes y reveladoras, pero no hay aventuras, sólo hay aventuras en las novelas, o de forma más general, en la literatura. La experiencia de un campo de concentración sólo se convierte en aventura de superación del horror mediante las palabras alquímicas capaces de transformar la oscuridad en luz, y el dolor, en el canto a un mundo en el que sea vencida la inercia y la ignorancia.
Desde que apareció la escritura en las culturas humanas, es la vida la que ha imitado a la literatura y no la literatura a la vida. Esto ha permitido un desarrollo extraordinario del ser humano hacia regiones cada vez más ricas, expansiones de nuestra conciencia y nuestra inteligencia hacia registros cada vez más sutiles, hacia comprensiones cada vez más amplias de nuestra labor en el planeta. El homo sapiens es una especie no fijada. En nuestro desarrollo hacia lo que venga después, la herramienta fundamental es la mente, y en particular, el uso de la imaginación creadora, con la que moldeamos el mundo a partir de la libertad, y dotamos a la realidad de contenidos éticos y estéticos. Tenemos la capacidad de automoldearnos conforme a principios que van más allá de lo que muestra la naturaleza, y en este proceso la literatura, en cuanto arte de la palabra, es una fuerza determinante, convirtiendo el pensamiento en acción y la acción en pensamiento, cincelando con tales idas y venidas el rostro mismo de lo humano.
La historia, como registro de acciones humanas, supone una interpretación de los hechos sociales cuyo rigor en la veracidad no es el fin de la literatura. En el caso de la historia, las secuencias de acciones se presentan como necesarias, como fruto de una causalidad inherente, y en esto no es distinta a la literatura narrativa. Su divergencia fundamental es que mientras la primera trata, o intenta pensar sobre el mundo de lo actual, lo acaecido ( trazando allí conexiones necesarias), la segunda trata del mundo de lo posible. Sin embargo, la dificultad de establecer una imagen clara de lo que es actual en relación al pasado, y el hecho de que el escritor ha de escoger siempre la información relevante dentro de un océano de datos, por no hablar de las dificultades de la presentación secuencial de hechos que probablemente tuvieron una influencia recíproca, y no meramente lineal, aplanan las diferencias entre literatura e historia mucho más de lo que los historiadores desearían. Con todo, la dificultad mayor de separación de estas dos formas de escritura no es ninguna de las mencionadas. Se suele decir que hace falta un cierto número de años para alcanzar una perspectiva histórica, 20, 30, 40, (la cifra no es demasiado relevante), pero es necesario añadir que después de un lapso diez veces mayor, la historia tiende a revertir en literatura. Esto no se produce por ningún motivo de fidelidad en las descripciones de los hechos, sino porque los referentes culturales del presente y el pasado lejano son ya tan distintos, que la comprensión del relato se esquematiza en patrones míticos. Se intenta mitigar esto mediante la aplicación de criterios científicos a la historia, acentuándose con ello el carácter local-temporal de tal comprensión, pues ajustamos la interpretación a nuestros patrones del presente de manera más radical. Si a todo esto añadimos que la literatura misma tiene historia y que la historia misma partió con paso tembloroso a partir de la literatura, podemos decir, que en cierta forma, la historia es un género literario. Si, por otro lado, tenemos en cuenta que la literatura ha sido inspiración de muchos de sus agentes, que sus llamados grandes protagonistas vivieron siguiendo libros, entenderemos porqué mucha historia puede ser interpretada como las andanzas de algún aventurero, y mucha literatura de aventuras tiene un patrón histórico-épico. Recordemos, por ejemplo, cómo en las cortes micénicas, hace treinta y dos siglos, se escuchaba cantar a los rapsodos las diversas leyendas sobre las peripecias de los héroes; los reyes recibían un estímulo para vivir aventureramente, sentían en sí mismos las fuerzas de las que la literatura les hablaba y les daban forma física, en guerras, conquistas, palacios y grandes obras. Recordemos la influencia que el Aquiles homérico tuvo durante toda la vida de Alejandro Magno, y la de Alejandro sobre César, y la de ambos sobre Napoleón. Las acciones más grandes, sean gloriosas o terribles, tienen un libro detrás que las soporta y fundamenta. Ya sea en las tablas de la ley en tosca roca con las que Moisés y Yaveh doman al difícil pueblo de Israel, o la enseñanza de Buda que hay tras el imperio de Ashoka Maurya en la India, o la mala interpretación del Evangelio que lleva a los españoles a destruir las culturas americanas, o la poética constitución de Estados Unidos que impulsa a perpetuar unos valores históricos específicos por toda la tierra a golpe de marines, la literatura está detrás de toda acción. El fenómeno es rastreable hasta el origen mismo de la escritura y de las expansiones guerreras. Todos los relatos que tenemos de las conquistas de los reyes de oriente próximo, desde las campañas asiáticas del egipcio Tutmosis III (1490-1436) gravadas en las paredes del templo de Karnak pasando por las diferentes conquistas guerreras de los violentos reyes asirios del siglo IX a.C. (Asurbanipal II y Shalmaneser III) de las que dan fe las diferentes estelas en las que los reyes las grabaron para la posteridad, muestran muy claramente que desde un primer momento hubo un vínculo necesario entre la acción y la escritura.

En aquel momento, rendí homenaje a la grandeza de todos los dioses y ensalcé para la posteridad los logros heroicos de Ashur y Shamash, mandando erigir una estela esculpida conmigo como rey pintado en ella. Y escribí en ella mi comportamiento heroico y mis acciones en combate (...) Eregí una estela conmigo como gran señor para que mi nombre y mi fama durasen para siempre (...)” (Shalmaneser III contra la coalición aramea. P. 189. Vol.1. Ancient Near East.)

No es sólo para preservar la memoria y evitar que la acción se pierda en el océano del tiempo, sino para completar la acción que esta es escrita. La acción se entiende a través de la palabra, pues es a través de ella que somos capaces de establecer conexiones necesarias de percepciones, discernir propósitos y llevarlos a cabo. Sólo la acción ligada a la palabra puede perdurar, pues es la vitalidad que anima un concepto lo que perdura, sea su signo una rudimentaria estructura piramidal, la escritura sobre una tablilla de arcilla o el hipertexto. El comportamiento heroico, del que nos habla Shalmaneser, sólo ocurre en el contexto literario adecuado, algo que el rey asirio no consiguió con su estela, pues ningún poeta insufló con su espíritu las palabras que en ellas leemos, y después de los años lo único que permanece es la memoria de la carnicería perpetrada por un general asesino de masas.
La palabra misma es acción, su producción es acción, su integración en nuestra vida es un rico y complejo proceso que implica la actividad más sofisticada del universo: el pensamiento humano. Debido a que nuestro lenguaje no es privado, sino algo público, común, algo que hemos heredado, los poetas y filósofos son responsables de la visión que tenemos de las cosas, hasta de las más triviales, que no son sino viejas ideas petrificadas en la vida cotidiana. Tomemos, por ejemplo, la idea de paisaje que hoy manejamos. El resultado presente es la culminación evolutiva de unas ideas retóricas que partiendo de Aristóteles, se estandarizan en las obras de Virgilio, Ovidio y Quintiliano, como el retórico locus amoenus, al que en la Edad Media se le añade como complemento contrastivo el lugar salvaje, la selva selvagia aspra e forte de Dante, y de los ciclos artúricos. En el Renacimiento, desde Garcilaso a San Juán de la Cruz, se sigue componiendo una imagen idílica de la natura que llega hasta Cervantes y Shakespeare, culminando en la formulación rousseauniana del siglo XVIII del buen salvaje y el paisajismo romántico de los libros de viajes del siglo XIX. Hoy el paisaje idealizado es un reclamo turístico-comercial, ya sea en los simulacros de aventuras únicas, ya en las imágenes de playas vírgenes en medio de un medio ambiente altamente prostituido. La palabra crea el paisaje, en el sentido que le da forma, y en tal creación siempre hubo competición poética y artificio literario Déjenme que les ilustre con un fragmento de mi libro estas ideas.

El hombre de ciudad busca literatura en el paisaje y deseando una única forma de belleza, vela todas las demás. El hombre de campo no ve ni naturaleza ni belleza, pues es incapaz de verse a sí mismo. Hermosa es la tierra bien labrada o la lluvia que llega a tiempo. Su gozo y su anhelo son los verdes pastos o las fértiles negruras de la tierra. Todo lo demás es obra de poetas demiurgos, que dijeron que la Aurora tiene rosáceos dedos y que nuestro amor habita en bosques solitarios nemorosos. La naturaleza, como un gran espejo pulido, refleja nuestra imagen, devolviendo a veces un monstruo, a veces la nostalgia de una vida más simple, y otras, una voluptuosa riqueza en la que vemos ante todo la oportunidad para un saqueo y una orgía de abundancias en todas las dimensiones de la materia. La visión es siempre ebria, pues es la naturaleza la disrupción de la esfera limitada de nuestro ego de una forma u otra. Todo en la naturaleza son excesos que se miden en términos de vida: demasiado frío o calor, demasiada agua o sequía, aquí un festín de carne o frutos y allí una famélica mirada y una ascesis mortal, pero siempre la oscura sabiduría de los instintos empujando unas cosas hacia otras, la pertinaz tiranía de la rueda que encadena esto a aquello, en pesadillas recurrentes que se iniciaron en el alba de los tiempos, en sueños serenos en los que se vislumbra la libertad de una vida más plena más allá de las emociones aún dentro de ellas, más allá de las satisfacciones automáticas de un intercambio hormonal, del fluido egoísta que se camufla tras el escenario recurrente de las sensaciones animales con la máscara oceánica de la moral, más allá de los delirios racionales de la víctima y su predador. La naturaleza es la casa de los dioses en la que hemos encerrado lo que más nos gusta y disgusta de nosotros mismos como cuerpo, y después hemos perdido la llave y no sabemos cómo volver a entrar. Miramos por la ventana hacia dentro y nos conocemos y desconocemos. Sentimos que hay algo que le falta, aunque vemos que rocas plantas y animales están completos, acabados, perfectos en sí mismos, en sus inocencias y atrocidades. Al mirarnos en este pulido espejo con los ojos del poeta, si la mirada es desinteresada, comprendemos al fin que la naturaleza entera es como un gran dedo que apuntara hacia algo que está por venir, algo que sentimos íntimamente como la culminación de todo lo sucedido, el sentido y el fundamento de las medias verdades vagamente intuidas en la colosal acción de la vida, una misteriosa transformación de todas las fuerzas en un gran tema universal, un canto único o una voz en la que se manifiesta lo Real sin reservas de Ignorancia. Altai p.54


El mundo de la literatura es el mundo de lo imaginal o de la imaginación creadora, donde los conceptos no necesitan conformarse a objetos, o por lo menos no directamente, y todo un entramado de imágenes e ideas despliegan una realidad que puede estar muy alejada de la vida cotidiana, a la que acaba afectando.
Altai es una novela de aventuras en su sentido más pleno: es una recreación literaria de un mundo imaginario en el que se teje una historia relativamente compleja a partir de los sucesos más o menos extraordinarios que les ocurren a unos personajes en un tiempo mítico. Para destacarlo he situado la acción en 1912, a la vez un año próximo y lejano. La novela se inicia en el corazón del Imperio Austro-Húngaro y sigue su desarrollo hacia el Imperio Ruso. El protagonista, Eleazar Feldman, marcha hacia Siberia buscando una cosa y encuentra otra; en la aventura siempre pasa así, en la vida. Su personalidad se transforma, es moldeada por las fuerzas de la acción, por la palabra que se autocomprende dando lugar a algo nuevo, distinto, inesperado. Este es el patrón del proceso heroico, la formación y disolución de una personalidad aglutinadora. El héroe siempre somos nosotros mismos, es una proyección de nuestra psique, que como comprendieron a la perfección los iniciados de Eleusis que escribieron las primeras tragedias atenienses, al verse externalizada se comprende y así puede desarrollarse más allá de las limitaciones inherentes al proceso de enculturación, a la educación que no puede sino ofrecernos perspectivas parciales y estrechas con las que toda comunidad cree garantizar su supervivencia.
Nuestra cultura se debate indecisa entre el culto al héroe y su rechazo, pues la figura del héroe permite una fácil manipulación que puede utilizar toda la potencia de la literatura para cualquier fin. Los fascismos, tan presentes hoy como hace setenta años, han acabado por distorsionar tanto la fuerza heroica que ahora, por buenos motivos, nos produce una gran desconfianza. En sus intentos por romper con las imágenes del héroe clásico o romántico, gran parte de la literatura ha trabajado en derribar un edificio que amenazaba desmoronarse sobre nosotros. Muchos trabajan con antihéroes, si bien se trata de los viejos héroes que ahora manifiestan acciones de más corto alcance, en las que las fuerzas intervinientes tienen una predilección por la cotidianidad y la conciencia vital. En Altai, he jugado con un héroe más clásico que realiza un viaje iniciático. No hay otra aventura que la que de forma imprecisa llamamos interior. La exterior es el escenario que construimos con lo formal que tenemos a mano, o a mente. Interior y exterior no dejan de ser metáforas con las que nos explicamos a nosotros mismos el misterio de la intuición del espacio y el tiempo.
Para acabar me gustaría hacer unos comentarios sobre el texto que se ha impuesto en nuestros días, el del ciberespacio, en relación a la aventura. No me refiero aquí sólo a la internet, sino al hipertexto en el que se funden los medios de comunicación con la política y la vida social. Este nuevo texto que dirige las acciones sociales, estableciendo los valores comunitarios que regulan las fuerzas que prosperan y las que no en el seno de la sociedad, es, ante todo, una carta magna de regulación de intercambios que proclama no tanto la ausencia de fronteras como el credo del libre comercio. Como el ciberespacio, es decir, el mundo político y social creado por los media y la internet, está bajo el viejo poder de la economía tradicional, las potencias de hoy son las de los últimos doscientos años. El resultado del ciberespacio no es un flujo libre de información y conocimiento, pues información y conocimiento tienen un valor de mercado, sino una multiplicación de transacciones que benefician a las grandes empresas de telecomunicaciones, es decir a los mismos media que sostienen el ciberespacio. Vivimos en una aldea global, como gusta de autollamarse el texto ciberespacial, y con nuestras acciones le damos forma y mantenemos sus casas y calles, sin embargo, el alcalde del pueblo sigue siendo el mismo. Tal y como yo lo veo, la gran aventura en relación a este hipertexto consiste en su interpretación libre y en su uso heterodoxo. Para hacer esto es necesario comprender el viejo lema de la ilustración que aún no se ha completado: sapere aude. Atrévete a pensar por ti mismo, lee por ti mismo, refunde y recrea el texto. Una consigna como esta hoy suena a reclamo comercial, además, los fascismos han usado tanto la palabra libertad que ya ha perdido su significado. Sapere aude debe ser completado con más precisión: atrévete a pensar por ti mismo, aunque ello suponga quedarte solo y fracasar a ojos de los demás, y mueras pobre e ignorado; atrévete a pensar por ti mismo sin miedo a equivocarte, atrévete a no reconocer ninguna autoridad o forma de vida que limite o cohiba la libertad de expresión, o que persiga cualquier objetivo que no sea el desarrollo pleno del ontológicamente incierto individuo humano. Cuando uno piensa por sí mismo se da cuenta de que hay algo que piensa por sí mismo, y que tiene poco que ver con lo que llama su yo. La creación de ese efímero y ficticio yo es lo que iguala la aventura d la vida a la de la literatura, lo que las hace indistinguibles y mágicas.


viernes, 23 de agosto de 2019

Elementos de mitopoética castellana





En todo momento, quizá el punto central de cualquier nación, y del que obtiene más poder propio, y con el que más obtiene poder sobre otros, sea su literatura nacional, especialmente sus poemas arquetípicos1.


 Épica y mito


Nuestra educación sigue patrones mitológicos. Con ello no quiero simplemente decir que nuestra enculturación infantil, de hecho, nuestra manera de aprender el idioma, esté fundamentada en cuentos y relatos, y que nuestra primera cosmovisión siga los patrones de los cuentos de hadas, los mitos griegos o los bíblicos, sino que todo proceso de aprendizaje lingüístico sigue esos patrones. Para justificar una afirmación como esta, permítaseme decir que por mitología entiendo cualquier forma de verbalización, ya sea un relato, comunicación, discurso público, noticia, palabra, razón, conversación, deliberación con uno mismo, fábula o cuento. Los mitos están relacionados unos con otros, y el hilo común sobre el que se tejen es un lenguaje histórico, el marco que viene dado por la experiencia comunicable entre los miembros de una sociedad histórica. De la misma forma que para saber quién o qué era Perseo es preciso conocer la historia de Dánae fecundada por el caprichoso Zeus en forma de lluvia de oro, es decir, que se hace preciso saber sobre Acrisio, Micenas, el dios Zeus, y su numerosa familia de inmortales, además de otro buen número de historias sobre el mundo micénico, para saber qué son las estrellas que forman la constelación de Perseo, se impone saber sobre estrellas, constelaciones y galaxias, lo que implica no sólo conocimientos sobre la cosmología del siglo XX, sino todo un conjunto de conocimientos sobre física y otras ciencias. Cuando se tira del hilo se desencadena un relato gigantesco que requiere el apoyo generalizado de toda una cultura histórica, además de la mano firme de Ariadna sujetándolo en un extremo del laberinto. Dicho de otra forma, nuestra experiencia del mundo no es inmediata, sino que viene condicionada por nuestra percepción, y esta por la elaboración conceptual e ideológica a la que sometemos aquella. Llamo mitología al proceso completo en el que las diferentes ideas son ensambladas hasta construir una completa cosmovisión, aunque su completud no sea sino una unidad conceptual modélica, pues se trata de un proceso abierto y dinámico. Una cosmovisión es una mitología, y puede tomar la forma de la ciencia contemporánea, la de la mecánica clásica o la del Advaita Vedanta. Una mitología es aceptada o refutada en su conjunto, aunque puede servir parcialmente de base para otra. Se podría representar como una estructura neural de enunciados susceptible de diferentes niveles semánticos. Ningún enunciado aislado, ni tan siquiera un mito aislado es refutable por la experiencia, pues la experiencia es dada forma por todo el entramado. En este sentido, una mitología funciona conforme a la descripción del todo de la ciencia que hace la hipótesis de Dunhem-Quine, si bien su alcance es mayor, pues no se limita a la ciencia, sino que incluiría también la axiología, y no sólo la de una cultura. Es importante observar que, en una mitología, la relación de unos relatos con otros no se limita al seno de una cultura sino que el hilo -aunque cambie de color- se puede trazar de una tradición histórica a otra, y que se puede distinguir un inmenso y multicolor tapiz único formado por todas las culturas humanas. La unidad es más patente cuando dirigimos nuestra atención hacia las componentes nucleares de cada relato cultural, hacia los orígenes que recogen las épicas, si bien tal unidad es percibida siempre como variación, como una variación de la que hubiéramos perdido el original y que hundiera sus raíces en la nebulosa de la memoria de la especie.
Los mitos, como producciones de la imaginación humana, como respuestas frente a los desafíos del mundo material, son recolecciones de los deseos, los miedos, los gozos, éxitos y conflictos de la experiencia vital de nuestra especie. En su carácter de aluvión de las eras, arrastran muy diversas capas de experiencia que requieren distintos niveles de aproximación para una comprensión efectiva y equilibrada, a saber, histórico, religioso, económico, psicológico, antropológico, arqueológico, y en general, cuantas parcelaciones analíticas del saber sean capaces de arrojar algo de luz sobre el fenómeno de los relatos tradicionales. El nivel que elegimos para entrar en el mito determina la forma del mito que obtenemos, pues cada ciencia nos da un tipo de corte. Los procedimientos de análisis mitológico del siglo XX sintetizaron, con gran fertilidad en sus resultados, las técnicas del análisis psicológico con los hallazgos de la arqueología y los estudios de la etnología y las religiones comparadas. Este campo de conocimiento que podríamos calificar de nueva mitología ha sido capaz de elaborar un discurso que cubre un territorio interdisciplinar que se agranda -como siempre que aplicamos el análisis a cualquier segmento de la realidad- a la par que entramos en él. Aquí podríamos ubicar el discurso del grupo de autores aglutinados entorno a las Conferencias Eranos, Karl Jung, Mircea Eliade, Joseph Campbell, Karl Kerenyi, Erich Neumann, Martin Buber, Gershom Scholem, Heinrich Zimmer, Daisetz Suzuki, Helmut Wilhelm, Henry Corbin, Erwin Schrödinger y otros. ¿Y cuál es el papel de la crítica literaria en este concierto interdisciplinar? Sin duda alguna el de beneficiaria de los distintos trabajos, pues los diversos objetos de su estudio, y en particular la épica, alcanzan una profundidad intercultural hasta ahora sólo intuida o en todo caso poco estudiada con anterioridad a nuestro siglo. La profundidad específica a la que me refiero en el caso de la épica, y tanto para la antigua como para la contemporánea, es la que ha sido expresada en las sugestivas tesis de Mircea Eliade:

¿Qué ocurrió con la mayoría de los patrones de iniciación cuando perdieron su realidad ritual? Se convirtieron en lo que, por ejemplo, encontramos en los romances artúricos como motivos literarios. Esto es tanto como decir que ahora ofrecen su mensaje espiritual en un plano diferente de la experiencia humana, dirigiéndose a sí mismos directamente a la imaginación. Algo similar ocurrió mucho antes con los cuentos de hadas2.

Un motivo épico es una forma de expresión de lo que, siguiendo a Karl Kerenyi, podríamos llamar un mitologema, un relato que adopta diferentes variaciones culturales, ya sea el de un descenso al submundo, el de un niño primordial, o el de un monstruo que siembra la destrucción y la muerte, o cualquier otro de los patrones que observamos comunes en las mitologías mundiales. No considero que tales mitologemas tengan un valor arquetípico platónico, a la manera de Jung o del propio Kerenyi. Su interés es antropológico, y su reificación universal es una hipótesis ontológica innecesaria. Un mitologema es una estructura ideológica que obedece a una situación empírica determinada y que, debido a su capacidad explicativa y generadora de sentido, es incorporada a la forma de vida de una sociedad. Los mitologemas nacen, evolucionan y mueren, como procesos culturales, y la ubicuidad de algunos de ellos no muestran sino la comunidad de condiciones vitales para diferentes grupos humanos, condiciones que son superadas con la creación de nuevas ideologías y nuevas mitologías. El conjunto de mitologemas de una cultura forma una cosmología, que no puede entenderse sino como un sistema dinámico, y cuya definición es ya un mitologema.
Los motivos de la épica literaria son, por tanto, restos psicológicos de lo que a todas luces parece ser una necesidad humana: la necesidad de expansión del mundo de la conciencia, es decir, de conquista de espacios cada vez más amplios para el desarrollo de las potencialidades que impulsan la vida. Cuando leemos épica nos encontramos con dicha dinámica expansiva, proyectada sobre o apoyada en algún grupo de fenómenos históricos. La relevancia que tiene para nuestro presente se debe al carácter cíclico de la expansión de la conciencia, a la naturaleza cíclica de la acción y su relato, capaz de involucrar nuestra existencia en el mundo aquí y ahora, y orientar el futuro por la pregnancia utópica regulativa que permite el pensamiento de los ciclos.
Estos fragmentos o restos de psique, diseminados aquí y allá en los más diversos relatos han sido recogidos invariablemente en forma de clichés. El fundamento formulaico de la épica se debe a sus orígenes orales, como ha sido ampliamente estudiado por numerosos autores a partir de Milman Parry3, pero las continuidades particulares planteadas con tales restos obedecen a necesidades psicológicas de períodos históricos específicos y quizá -lo que aún nos toca decidir, aunque no es la intención de este ensayo- a necesidades psicológicas de nuestra especie.
El presente estudio aplica estas ideas al estudio de uno de los textos fundamentales de la épica española.

El Poema de Fernán González

El primer mitologema que encontramos es la justificación del poema de las estrofas 1 a 13. La primera de ellas es un tópico al uso del mester de clerecía, repetida por Berceo casi literalmente en su Vida de Santo Domingo, y de resonancias similares a las que encontramos en la primera estrofa de la Vida de Apolonio. La fórmula viene de la épica clásica: la invocación que el poeta hace de la divinidad para que le sea propicia en el canto. Se pide inspiración y se reconoce que la sabiduría proviene de la divinidad. El poeta es el vehículo de la enseñanza de los dioses, proceso que ocurre al mimetizarse aquel con su dios tutelar. La fórmula es a la vez un acto fundacional: lo que se va a relatar goza de la autoridad suprema, no es un mero capricho poético, es una exposición de las cosas como ocurrieron, y más importante aún, tal como han de pasar a la memoria de los hombres. La épica establece así un nivel ontológico más fundamental que el de los meros hechos, pues narra los que ocurrió ya filtrado por la inspiración divina del poeta, la gesta es la versión oficial, sancionada por la máxima autoridad, lista para ser repetida pedagógicamente por los siglos.
La segundo mitologema, que extiende el anterior, es el de la Edad de Oro en relación a la historificación del pasado. El poema ocurre en un tiempo mítico en el que los detalles y distracciones de la historia son estilizados para que la atención se centre en el contenido fundamental que tiene que quedar en la memoria del lector. Desde la estrofa 14 a la 25 se nos habla de unos míticos reyes godos de excelsa pureza de alma y de sangre que:

fueron luz e estrella de todo el cristianismo [23b]

es decir, que llenaron de sentido la vida de todo el orbe cristiano en base a las grandes virtudes- guerreras, se sobrentiende- que demostraron. La fórmula es clásica de todas las epopeyas y religiones: el sentido de hoy está en el pasado, el sentido de la vida fue dado ab initio, y lo que llega a nuestras manos no es más que un simulacro degradado. El terreno del hoy, sin aquella plenitud de sentidos, es el terreno abonado para el florecimiento del héroe, alguien que no sólo restaure sino que también instaure algo nuevo, y no cualquier cosa: ni más ni menos que un nuevo centro del mundo.
No tiene mucho sentido plantear con respecto a la épica el asunto de la mayor o menor imprecisión histórica, los mitos se inscriben en un marco pedagógico que demanda coherencia narrativa interna, y no coherencia con respecto a una fuente exterior. Las falsificaciones de la historia que vemos en la épica, desde el Mahabharata a las Argonáuticas obedecen al mencionado propósito fundacional, y su dinámica epistemológica se encuentra en un diferente nivel ontológico al de la historia tal como fue concebida por los historiadores griegos y romanos. La mayor parte de las veces, las diferentes versiones de un mismo mito están en contradicción entre sí, y no sólo con las fuentes que llamamos históricas. La invención de unos moros pregóticos, que por boca del rey Rodrigo se expresa en el poema (59 c-d) tiene que ser comprendida, por tanto, míticamente, es decir, como parte de la guerra santa que se está planteando, la guerra cíclica en la que tanto contendientes como narrador se hallan inmersos y atrapados.
Emparentado con el motivo de la guerra cíclica se encuentra el de la Fortuna. Su primera aparición se da con la entrada de los moros en la Península.

Llegaron a Sevilla la gente renegada
essa cibdat nin otras non se les fino nada;
era de mala guisa la rueda trastornada,
la cautiva d'España era mal quebrantada [74]

La Fortuna de la que se habla es un destino ciego e incontrolable, brutal y avasallador, mitologema que unos doscientos años después al poema del Arlantino va a aparecer así formulado por Juan de Mena:

¿Pues cómo, Fortuna, regir todas cosas
con ley absoluta, sin orden, te plaze?
¿Tú no farías lo que el cielo faze,
y fazen los templos, las plantas y rosas?
O muestra tus obras ser siempre dañosas,
O prósperas, buenas, durables, eternas:
No nos fatigues con veces alternas,
Alegres agora y agora enojosas4.

La Fortuna, o Tyche, nunca tuvo relato propio en Grecia. Desconocida por Homero, va poco a poco cobrando importancia en el período helenístico, y culmina en Roma, donde llegó a ser la divinidad titular de la ciudad desde su templo en el Quirinalis.

Mientras que la religión de la Fortuna, descartándose de sus orígenes ligados al culto, tendió a erigirse cada vez más como un sistema de pensamiento, la divinidad del Azar, principio motor de una filosofía del cambio, no hizo sino suceder a la diosa de las diferentes Eras, ella también en perpetuo devenir.5

Los motivos de la épica se entremezclan con los de la filosofía, de hecho este motivo filosófico surge del suelo mítico, de la Tyche y de la Moira, de la doble divinidad Fors­ Fortuna y de la omnipresente Isis desde la que fluyen los ríos de la Historia. Para comprender el entramado mítico de la diosa Fortuna y la poética de su rueda, hay que distinguir dos formas distintas de azar. Por un lado, un azar humano6, debido al cual no podemos controlar plenamente nuestras acciones, pues los dioses intervienen introduciendo su mano invisible que hace incomprensible lo que acontece al simple mortal, salvo que este se encuentre en tratos con ellos, y sea conocedor de sus voluntades, es decir, de la forma de las leyes de la naturaleza. La segunda forma de azar es el azar de la Moira, al que se hayan sometidos los propios dioses, y que puede ser comprendido como una forma absoluta de necesidad o destino que, bajo ciertas circunstancias, debido a la imposibilidad de comprensión por parte de la mayor parte de los humanos, puede pensarse como azar de las leyes,7 cuando es experimentada en su aspecto negativo, o como cosmos general u ordo seculorum cuando se experimenta en su dimensión positiva.
El uso de la Fortuna en la estrofa 74 del Poema de Fernán González, así como en Juan de Mena, es en su segundo sentido, más propio del monoteísmo, cuando ya el azar ha sido subsumido al conocimiento de las leyes fenomenológicas. La Fortuna es Moira y se experimenta tan sólo en su aspecto negativo: la incomprensibilidad de un destino no favorable. Sin embargo, la segunda vez que aparece en el poema en la estrofa 180, lo hace bajo el primer sentido de azar:

Señor, ya tiempo era, si fuese tu mesura,
que mudases la rueda, que anda a la ventura:
asaz an castellanos passada de rencura,
gentes nunca pasaron atan mala ventura.

La invocación del conde -en la que es precisamente su primera intervención de la obra- apela al poder del héroe, del Cristo, del Ungido capaz de someter la rueda ciega y orientarla, capaz de establecer un novus ordo seculorum en el que se conjura la dispersión experimentada a causa de la invasión musulmana. Esta invocación va a definir perfectamente cuál es la tarea del héroe castellano: Fernando va a ser la fuerza de restauración-instauración capaz de someter la rueda, el uroboros o dragón de la muerte y el nacimiento, a una transfiguración que traerá toda suerte de beneficios para su comunidad.
Otro motivo mítico, cliché de las épicas, es el de la presencia de los dioses anunciadores, los ángeles o emisarios, como el que aparece en la estrofa 115, o los santos Pelayo y Millán de las estrofas 405 a 418. En estas ocasiones, se le profetiza al conde su futuro y se le infunde valor para acometer los trabajos heroicos, prometiéndosele la ayuda sobrenatural del apóstol Santiago en el momento más comprometido. Este mitologema ha sido caracterizado por Campbell como el tercer estadio de la partida del héroe en su cíclica aventura. Es el momento de la ayuda sobrenatural, cuando el héroe, en medio de sus trabajos, obtiene certeza del éxito de su empresa mediante comunicación divina:

Aunque pueda parecer que la omnipotencia está en peligro a lo largo de los umbrales y despertares vitales, el poder protectivo está por siempre y siempre presente en el santuario del corazón, incluso está inmanente dentro de él, o justo tras los rasgos del mundo que no resultan familiares. Uno simplemente tiene que saberlo y confiar, y los guardianes sin edad aparecerán8.

El Poema es todo un compendio mítico. Así, en lo que se refiere al nacimiento del conde, el libro reproduce el tradicional despertar del héroe épico:

dezir vos he del conde qual fue su criazon:
furto le un pobrecillo que labrava carbon,
tovo lo en la montaña una muy grand sazon. [ 117b-d]

Fernando, hijo de nobles y criado por un padrastro, es el héroe que descubre un linaje superior que le emparenta con la divinidad, como Moisés, Edipo, Arturo y tantos otros. El conocimiento de la identidad propia, ese primer extrañamiento con respecto al ego adoptado por la educación, es parejo al momento en el que el héroe decide ir en buscar de su destino.

de qual linax venia fazie gelo entender
quando lo oia el moço avie muy grand placer. [17 8 c-d]

El héroe hace suya una nueva personalidad, la de toda su comunidad que sufre bajo la triple presión de León, Navarra y los musulmanes, y siente que su nueva identidad ha de forjarse en el encuentro decidido contra estas fuerzas, experimentadas como la falta de sentido y caos de la rueda de la fortuna que oprime al gran sujeto social de Castilla, que va tomando identidad propia como reacción frente a un desorden tan formador como destructor.

El horizonte familiar ha sido desbordado. Los viejos conceptos, ideales y patrones emocionales ya no sirven; ha llegado el momento de cruzar un umbral.9

Al mitologema del despertar le siguen, como es propio del relato épico, los trabajos del héroe, o descenso a los infiernos, que en el Poema que examinamos comienza con el episodio del jabalí. El conde, persiguiendo un berraco, entra en una ermita para matar al animal, que se ha escondido tras el altar. En el último momento decide no hacerlo.

Quando vio don Fernando tan onrado lugar
desamparo el puerco, no l’quiso y matar. [230 a-b]

El jabalí es un símbolo asociado a los viajes del héroe por el inframundo, a los motivos del laberinto y en general a todos los misterios sobre la inmortalidad, símbolo que representa la contraparte del salvador sacrificado o guía hacia la vida eterna10. El conde ha entrado ya en el seno de la tierra y se reconoce allí en su contraparte, el jabalí, símbolo de su propia sombra, de su aspecto más terrible y disolutorio, de su faceta mortal y animal. Al no matar su otra parte y aceptarla, el hecho de renunciar a matar mismo, genera una nueva identidad, proceso que vive como revelación religiosa dentro de la simbología cristiana.

A ti me manifiesto, Virgen Santa María,
que d'esta santidat, Señora, non sabía [231 a-b]

Fernando acepta su despedazamiento ritual, la ruptura del ego producida por la incorporación a la conciencia de sus elementos no conscientes, materiales, simbolizada por el jabalí. La ermita y el altar son el seno de la diosa, la matriz que todo lo acepta, en la que tiene lugar la primera transformación del héroe, una metamorfosis continua que se da desde el momento en el que el conde ha decidido cruzar el umbral que conduce a la formación de Castilla.
Lejos de sostener que el Arlantino fuese consciente de las connotaciones de los episodios épicos con los que trabaja, algo que sólo ha sido posible una vez que se ha tenido acceso al grueso de la mitología mundial en la segunda mitad del siglo veinte, mi argumentación pretende simplemente mostrar que en el cliché épico sobreviven restos de procesos religiosos de iniciación más antiguos que la época de la escritura del texto, e incluso que de la acción narrada. El ille tempore del Poema es recreado en el siglo trece con un tinte mitológico cristiano, si bien tiene resonancias inconscientes más profundas. Podría decirse que el éxito del poema en la memoria de los castellanos se debe a que reproduce no sólo la fundación de Castilla sino a que contiene todos los elementos de la fundación espacial u orientación espacial general. A favor de esto habla la aparición del motivo fundacional en el monumento funerario castellano de San Pedro de Cardeña, lugar que el conde elige para su sepultura, lugar que será el eje del mundo en cuanto lugar en el que se concluye uno de los trabajos, la batalla de Hacinas. La fundación es siempre única, aunque se repita en lugares diferentes. Si la entrada al submundo se da en San Pedro de Arlanza, y allí se traza el primer eje orientador del espacio por parte del conde, todos sus siguientes trabajos reproducen el mismo fenómeno, pues el carácter cíclico, a nivel tanto de los trabajos individuales como de la gesta general, dota a la acción del héroe de atemporalidad religiosa: los hechos ocurren in ille tempore, en la historia y a la vez fuera de ella (en el sentido de que es la repetición de un ciclo).

En cualquier lugar en el que un héroe ha nacido, ha actuado o ha vuelto al vacío, el lugar es marcado y santificado. Allí se erige un templo para que de significado e inspire el milagro del perfecto centramiento, pues este es el lugar que supone una ruptura hacia la abundancia. Alguien en este sitio descubrió la eternidad. El emplazamiento puede servir, por tanto, como ayuda para la meditación provechosa. Tales templos están diseñados, como norma, para simular las cuatro direcciones del horizonte del mundo, siendo el santuario o altar en su centro símbolo del Punto Inagotable11.

La posterior ruptura de un altar, en los hechos que llevan a la primera prisión del conde, recogerá el símbolo de la disgregación o ruptura del ego del héroe cuando se encuentra en el momento álgido de sus trabajos.

Oyeron voz en grito, como voz de pavon

partio se el altar, de somo a fondon. [598 c-d]

El lugar de paso queda marcado como un eje del mundo, como mojón para la memoria colectiva:

Assi esta oy en dia la iglesia partida.[599 a]

El Arlantino relata algo que ocurrió de forma atemporal, pues habla de los primeros castellanos, y esta sensación general de atemporalidad está latente en toda la obra, como lo está en el año litúrgico de la Iglesia que repite sin cesar acciones que ocurrieron in ille tempore, cuando el sentido del mundo fue dado por la hazaña de un héroe benefactor.
Los trabajos del héroe son pequeñas muertes y resurrecciones de su ego que se expande a la vez que los territorios que conquista. Su muerte de cada día, mala de sobrellevar12, se da por la incorporación ininterrumpida de nuevos elementos del mundo enemigo, proyecciones de su inconsciente, entendido este como la parte más automática e instintiva de su psicología. Todo tipo de seres fabulosos y prodigios aparecen allí. Así los fenómenos extraordinarios en el momento anterior a la batalla, como aquel en el que la tierra se traga jinete y caballo13, o el momento en el que la tropa, el inconsciente de los castellanos ve una sierpe rabiosa voladora14. El primero es símbolo del proceso de regeneración en el que se encuentra Castilla, y el segundo, el dragón, una de las figuras protectoras tradicionales del umbral que traspasa el héroe, percibida como terrible por sus compañeros, no preparados para el viaje al submundo, y no percibida en absoluto por el conde que ya ha cruzado el umbral. La sierpe nos muestra la existencia de dos grados de conciencia entre los castellanos, el de la conciencia común y el de la conciencia despierta o expandida del conde. La dialéctica entre estas dos formas está presente a lo largo de toda la obra en los continuos discursos y arengas con los que el conde exhorta a seguir a los castellanos en los momentos en los que la voluntad flaquea. La conciencia común es la de la sensatez y de la supervivencia, el suelo necesario sobre el que debe asentarse el héroe, y el hilo que ha de llevarle de vuelta a la realidad una vez acabado su trabajo. La conciencia en expansión del conde ha de recorrer incesantemente el camino que lleva desde el lugar común de todos –el de la multitud de egos que el héroe representa al encarnar la voluntad de la comunidad- hasta la conciencia alterada, el nuevo yo que se forma por la incorporación de nuevos elementos al proceso vital diario. La repercusión que encuentran las palabras del conde en el ánimo de los castellanos prueba la necesidad de la tarea que ha emprendido para regenerar el tejido social. Una vez proferidas las arengas, los castellanos reverberan con el impulso heroico, y ya no ven el aspecto negativo de las divinidades custodiadoras del umbral, sino que penetran en la densidad de la muerte y el trabajo, con el ánimo de renacer en una nueva Castilla que les hará inmortales en la memoria de los hechos:

Seran los buenos fechos fasta la fin contados. [356d]

Es decir, su desaparición como egos individuales no será ninguna pérdida, pues no mueren en la nueva conciencia que su sacrificio saca a la luz.
Tanto la espada como la palabra son instrumentos para la batalla. La palabra ya es acción, y no simplemente un contrasigno de la aquella15. Restos de esta concepción del habla como energía se encuentran diseminados por todos los libros sagrados16. La palabra como vehículo de la conciencia y como conciencia misma es lo que transforma el mundo recreándolo, pero también es lo que queda transformado por la confluencia de fuerzas que se dan en él, es el resultado de las diferentes acciones, pues la fertilidad del trabajo del héroe, el acto que lo consagra como señor de dos mundos sólo es posible en la medida en la que sea transformado en un discurso consciente, poético, en el que queden reflejados también los componentes más inconscientes del proceso. La batalla debe vivir en el verso tanto como la forma de la nueva conciencia alcanzada. En la épica, el héroe mismo es la forma del discurso que tejen sus trabajos, el resto de sus componentes psicológicos son ya la conciencia común y el inconsciente común en el que el lenguaje histórico hunde sus raíces. Este discurso nuevo tiene la capacidad de regenerar el lenguaje común histórico al repolarizar las significaciones con el descubrimiento de nuevas zonas de la memoria.
Por otro lado, el contenido del mito del azor y el caballo puede ser interpretado dentro de una dimensión bélica mitológica un tanto distinta a la del resto del Poema. El azor, como el halcón o el águila, es un animal solar que la mitología tradicional asocia a Zeus, quien gobierna sobre los aires y lo que ocurre sobre la tierra. El caballo, por otro lado, ha sido tradicionalmente asociado a Poseidón, señor de las aguas. Caballo y azor cubren pues los reinos de todo lo que está bien en las aguas o sobre la tierra y el cielo, los reinos de la vida, pero también los que construyen los hombres. La disputa a cuenta del azor y el caballo, es un símbolo de la lucha por el reino, combate que gana el conde sin pretenderlo, pues es un fallo del viejo rey más que un acierto del nuevo lo que le da la victoria. Para mostrar su poder, el rey rechaza el regalo del conde de los animales, haciéndole saber que no necesita de él ningún favor, y que si se ha encaprichado con ellos, le basta con comprarlos, y a un precio caro, para manifestar su solvencia.

El rey dixo al conde que non los tomaria
mas açor e cavallo que gelos compraria
que d'aquella moneda mil marcos le daria
por açor e cavallo si dar gelos queria.
Avenieron se amos, fizieron su mercado,
puso cuando lo diese a dia señalado;
si el aver no fuese aquel dia pagado
siempre fues'cada dia al gallarin doblado. [577-578]

En la narración es fácil encontrar reminiscencias del relato oriental del rey de Persia al que se le presentó por vez primera un juego de ajedrez. Según la historia, el rey quedó tan prendado por la belleza del juego que ofreció comprárselo a quien se lo mostró. El hábil cortesano, sin duda un matemático despierto, respondió que le bastaría con recibir un grano de arroz por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta, y así sucesivamente. El rey accedió considerándolo una minucia, pero su ignorancia numérica le salió cara pues en la casilla veintiuno le debía ya más de un millón de granos, y en las últimas la cifra era tal que no había tanto grano en el mundo entero. En el Poema de Fernán González, la disputa es similar, si bien el conde no lleva preparada una emboscada como la del cortesano persa. En una primera lectura, parece contradictorio que lo que comienza siendo un regalo acabe siendo una venta usurera al gallarin, es decir, una venta en la que la cantidad a pagar se duplica cada día sin pago. Sin embargo, la escena tiene sentido cuando la comprendemos como un error de calculo por parte del rey Sancho, cegado por el orgullo y la torpeza, al intentar intimidar al conde con su poder económico y mostrarle quién es el señor. La ceguera le lleva a no prestar la debida atención, o incluso a desafiar la trampa de la razón geométrica. Después de tres años de impago, el precio del azor y el caballo, es decir, el precio del señorío de Castilla ya no está en poder del rey ni de nadie. Es interesante que una progresión geométrica sea la causa de la creación de un reino. La progresión exponencial o geométrica es a la vez la más humana y la más inhumana de las razones. La más humana, y también la más animal, la más vital, pues es el patrón que siguen los crecimientos poblacionales biológicos no sometidos a control por parte de otra población. La más inhumana porque las cifras con las que opera desbordan la experiencia personal de cualquier persona. La inexorable necesidad de los números, o quizá, la inexorable necesidad de la estupidez humana y del devenir histórico, se ha impuesto, desligando a Castilla de León, haciendo que lo que es fronterizo se transforme en lo otro, pues la periferia, lo liminal, es el lugar de la disolución de la identidad tanto como de las consolidaciones de las fuerzas de individuación que operan a nivel social y personal, delimitando la tarea del héroe.
El último gran motivo mítico que encontramos en el poema es el de la doble prisión y rescate del conde. El patrón principal que se sigue es el del mitologema de Osiris, aderezado con un interesante y hábil juego de reduplicaciones. Estas son ya de por sí todo un conjunto de motivos míticos. La primera duplicación es la que se da con la figura del conde lombardo, quien parece un año después de la prisión,17 es decir, en un nuevo ciclo anual, simbolizando la indestructibilidad del héroe en un alma externa a la que no afectan las pérdidas y las injurias a las que el cuerpo preso de Fernando se ve sometido, y dichosa y santamente -haciendo el camino de Santiago- vive en un lugar a salvo. El asunto ha sido tratado extensamente por Frazer en su concepto del alma externa18. El segundo doble se da con la estatua que los castellanos hacen de su adorado conde.

Fagamos nos señor de una piedra dura
semejable al buen conde, d'essa mesma fechura:
a aquella imagen fagamos todos jura.
Assi como al conde, las manos le besemos,
pongamos la en un carro, ante nos la llevemos
por amor del buen conde por señor le tenemos
pleito e omenaje todos a ella faremos. [661b-662c]

El héroe sigue viviendo en su alma externa, en este caso es la vida que los castellanos insuflan a la piedra rindiéndole homenaje y pleitesía en un paseo romero en carro. La conciencia heroica ha comenzado a calar en la conciencia común, y el conde se hace dispensable y sustituible por los nuevos valores que él mismo simboliza, valores que ya se encuentran y reconocen objetivados en el símbolo de independencia que es su estatua.
Encontramos la tercera duplicación en el mitologema del andrógino, cuando el conde queda preso por segunda vez y es rescatado por doña Sancha, quien ocupa su lugar. La acción ocurre después que los motivos de la ayuda exterior y del matrimonio sagrado se hayan realizado. Doña Sancha y el conde forman una única personalidad urobórica, entre los dos representan el pleno de la naturaleza, siendo ella el Anima Mundi, o la diosa en su aspecto nutridor, en cuya figura se aglutinan todas las bienaventuranzas de la existencia.
El perfil de la identidad castellana se trazó en los primeros trabajos del conde, en la lucha contra los musulmanes, pero la andadura pendiente era aún larga, quedaba el trabajo más arduo: el descenso a lo más profundo de los infiernos, es decir, al lugar simbólico de confrontación de la personalidad consigo misma pero proyectada en otro. El descenso al submundo ha de ser doble -la cuarta duplicación- pues la identidad castellana se forja por la bajada a los preconscientes19de Navarra y León, es decir por la experiencia conjunta de las violencias de ambos reinos (una vez ya experimentada y asimilada la violencia musulmana), la cual como resistencia va a dar lugar al ego social fronterizo castellano. La salida final de los infiernos ha de hacerse por un proceso de androginia, Castilla se incorpora a su otro, Navarra, para poder desligarse de su viejo ego visigótico, León, lo que viene simbolizado en la coalescencia del conde con Sancha. El significado de la androginia en el Poema es el mismo que tiene en la mítica general, se trata de una fórmula que simboliza autonomía, fuerza y totalidad, de hecho, gran parte de los antecesores míticos, de la humanidad o de pueblos históricos específicos, fueron andróginos.

Algunas conclusiones generales.

Es fácil estructurar el contenido del Poema de Fernán González en torno a las teorías mitológicas de los ciclos.

Un héroe se aventura desde el mundo de la experiencia ordinaria en una región de maravillas sobrenaturales: se encuentra con fuerzas fabulosas y obtiene una victoria decisiva. El héroe vuelve de su misteriosa aventura con el poder de conferir beneficios sobre sus compañeros20.

No obstante, encontramos una objeción para este tipo de interpretación tan general: la triple fórmula de los ritos de paso, a saber, separación, iniciación y retorno, al adaptarse al discurrir de las estaciones y de la vegetación, al ser un marco general de los ciclos naturales, sirve prácticamente para cualquier tipo de actividad biológica, y por tanto para expresar cualquier dinámica cultural, pues no es posible que haya ninguna cultura que no guarde alguna forma de analogía con una ordenación tan general. El monomito del héroe, según este tipo de crítica, al ser tan general, apenas dice nada en cuanto a distinciones y diferencias. Sin embargo, una crítica así no hace justicia a la refinada topología del mito trazada por Campbell, con sus diecisiete zonas distintas de actividad mítica interrelacionadas de forma coherente y sugestiva.
Por otro lado, se puede criticar la ontología del monomito y mantener su relevancia epistemológica, pero esto es ya lo que hace el propio Campbell cuando afirma que todo mito es de hecho una penúltima realidad, siendo la última el Vacío en el que se genera el movimiento vital21. Los dioses son personificaciones simbólicas tanto de las leyes naturales como de las psicológicas, y como tales no son explicaciones definitivas sino que muestran un entorno antropológico específico. Los mitos son útiles en cuanto que dan una forma material a la conciencia, en cuanto que son el resultado del proceso transformador de ese hasta hoy impenetrable Vacío en el que se sumerge lo humano.
Una mitología funciona de manera análoga a una teoría: está infradeterminada por la experiencia y sirve como marco para la explicación epistemológica y la predicción (por muy vaga y brumosa que esta sea). Conviene recordar que las teorías, al no quedar determinadas totalmente por la experiencia, son probadas en última instancia por la fecundidad de acción a la que llevan sus premisas, tanto por lo que explican como por lo que suscitan, y en este sentido la refutación de una teoría no deja de ser un apéndice de la propia teoría, aquél en el que se da cuenta de sus límites. La fecundidad de la teoría campbelliana y del resto del grupo de teorías del tiempo cíclico de los pensadores agrupados entorno a las conferencias Eranos, ha quedado probada por la inmensa actividad intelectual que se ha desarrollado y se desarrolla entorno suyo. No obstante, es tan ingenuo como absurdo pensar que cualquier teoría de las que empleamos para comprender el confuso mundo y nuestras culturas sea definitiva.
El análisis detallado de los motivos épicos del Poema de Fernán González confirma la hipótesis de Eliade según la cual en la épica perviven restos de ceremonias iniciáticas descontextualizadas, pues se ajustan perfectamente y sin ninguna violencia conceptual a los esquemas religiosos presentados por Campbell en su teoría del monomito. Podríamos extraer dos conclusiones relevantes para el poema castellano que surgen de este suelo teórico, conclusiones extrapolables al resto de las épicas. En primer lugar, la supervivencia del Poema a lo largo de los siglos obedece a un tipo de necesidad religiosa paralela a su dimensión educativa o de entretenimiento. El Poema ha sobrevivido porque expresa, como toda la épica, procesos específicos de renovación de la dinámica psicológica humana, cubriendo el mismo tipo de necesidades que cubría la contemplación de las imágenes de un retablo. En segundo lugar, el examen de la renovación que da lugar a la emergencia de una nueva identidad, y que en el Poema viene expresada como la forja de Castilla a partir de una triple presión, nos lleva a la constatación universal de dicho fenómeno en todos los relatos de las diferentes tradiciones. Un corolario de esto es que la peculiaridad sobre la que se asienta cualquier elemento nacionalista no tiene ningún sentido especial, sino universal, la peculiaridad es lo común o, con otra ordenación de las mismas palabras, lo común es ser peculiar, pues lo que hay de diferente es precisamente lo más común y ubicuo, la variación de un proceso perpetuo de cambio de conciencia, de evolución humana a través del cual la vida encuentra sus sentidos. Debido a esto, considero que las críticas que descalifican el patrón heroico como fascista, y por ello cualquier interpretación mitopoética, cometen un profundo error de evaluación, pues simplemente constatan el fenómeno común a las culturas primitivas (y los fascismos de los siglos veinte y veintiuno lo son) de unos patrones sociales basados en líderes carismáticos, fenómenos que siguen vigentes en nuestra propia cultura (no está claro que hayamos salido de los estadios tribales) y que corresponden a procesos de desarrollo psicológico a partir de pruebas, más o menos rituales, y errores-aciertos, de cuya experiencia se obtienen nuevos valores. El viaje del héroe no es otra cosa que la experiencia vital en la que se forja un individuo como lucha contra un entorno natural hostil y una conciencia grupal que tiende a disolver en sí todas las individualidades. En este sentido, las literaturas humanas representan mejor que ninguna otra actividad el proceso de individuación, y su historia recoge tan prodigiosa génesis.
1 Walt Whitman. Democratic Vistas. The Library of America. 1982. p.932.
2 Mircea Eliade. Rites and Symbols of Initiation. Spring Publications. Dallas. 1994. p.126.
3 El asunto aparece tratado por Walter J. Ong en los capítulos segundo y tercero de Orality and Literacy. Methuen. London and New York 1982.
4 Juan de Mena. Laberinto de Fortuna. Editora Nacional. Madrid. 1976. p.53.
5 Jaqueline Champeaux. Le culte de la Fortune dans le Monde Roman. Ecole Francaise de Rome. Palais Farnese 1987. 2Vol. Vol.1. p.301.
6 Azar conocido por la épica homérica, tal como se produce en el Canto XI.362, cuando se habla de la suerte o divinidad protectora (en este caso Apolo) de Héctor, que ha conseguido escapar a la certera mano del esforzado Diómedes.
7 El azar de la existencia misma de tal ley en lugar de otra. El carácter azaroso del devenir de la propia ley en el concierto de todas las leyes, que debe ser diferenciado de los modos azarosos en el funcionamiento de una ley particular de la naturaleza.
8 Joseph Campbell. The Hero with a Thousand Faces. Princeton University Press. Princeton 1973. p.72. En nuestro Poema, los guardianes aparecen en la estrofa 557.

9 Ibid. p.51
10 Campbell. The Masks of God. The Viking Press. New York. 1968. p.124­-127.
11 Ibid.p. 43.
12 Estrofa 440 del poema.
13 Estrofa 256.
14 Estrofa 471.
15 Cf. Walter Ong. Orality and Literacy. Ed. Cit. p.32
16 El caso paradigmático es el comienzo del Evangelio de San Juan: “Al principio era el logos” (Verbo, Habla).
17 Estrofa 615d.
18 Véase The New Golden Bough. S.G. Phillips, Inc. New York. 1968. p.p. 595-609. Según Frazer, este principio está poderosamente inscrito en el alma de las civilizaciones arcaicas, y en el se sostiene que en alguna forma el alma de los humanos está fuera de ellos mismos. El principio opera de forma generalizada en las diferentes mitologías del mundo.

19 El preconsciente ocupa un lugar especialmente importante en la dinámica metapsicológica de Freud como lugar de enlace entre lo reprimido y la conciencia [Freud. El Yo y el Ello. Alianza Editorial. Madrid 1985. p.14] . Por el preconsciente de Navarra y León me refiero al lugar social de la violencia ejercida por estos dos reinos en sus fronteras comunes, violencia que, como reacción a ambas fuerzas, origina Castilla.
20 Campbell. Op.Cit. p. 30.
21 Cf. Campbell. Op. Cit. p.258-261.